Carolina Niño de Guzmán, protagonista de la película cusqueña Vientos del sur, cinta que puede verse en la vigésimo segunda edición del Festival de Cine de Lima, conversó con nosotros. La ópera prima del también cusqueño Franco García Becerra narra el encuentro de Nina con su abuelo, quien está obsesionado con la existencia de un tesoro, y muestra sus vidas solitarias en un ambiente melancólico.
Carolina, háblanos de Nina, tu personaje en Vientos del sur.
Nina es una mujer de 28 años, que vive fuera del lugar donde nació y creció, que es un pueblo alejado del Cusco, y que regresa a la hacienda donde vivía su abuelo porque le dicen que él está por morir. Nina decide enfrentar su pasado y ver qué hacer con el abuelo y la casa. «Nina» en quechua es «fuego», y construimos la caracterización a partir de ahí. Yo, que soy de Cusco, el andino es como un poco cerrado. A veces cuando estoy en el avión veo nuestros cerros como muy compactos, y siento que somos un poco así, muy herméticos y cerrados. Quise plasmar eso en el personaje de Nina, en su resentimiento. La película es bastante nostálgica, muchos recuerdos, muchos fantasmas internos de niña que están ahí. Y bueno, es quizá una búsqueda del yo interno y de reconciliación de ella misma con el lugar del cual ella salió.
Igual que Nina, tú también eres cusqueña. ¿Sientes que hay similitudes, aparte del origen común?, ¿qué coincidencias tienes con el personaje?
Cuando rodamos coincidió con un montón de cosas. Yo fui criada por mis abuelos; mi mamá estuvo ahí, pero tuve mucha cercanía con ellos, viví en la casa de ellos toda mi vida, en San Blas, una casa antigua con mucho espacio. Hace unos años había muerto mi abuelo y unos meses antes del rodaje murió mi abuela. Tenía todo muy fresco, las emociones. Dentro de poco la casa de mis abuelos en Cusco ya no va a estar. Tuve muchos cambios en lo personal, igual que Nina. Hay bastante similitud.
Se me viene a la mente la palabra desarraigo, ¿tiene que ver?, el tener que dejar la casa familiar…
No sé si es un desarraigo, creo que es lo que toca que suceda. Ahora uno piensa en Cusco y todo es Machu Picchu, y el turismo y nada más, pero no se ve lo que hay alrededor, lo que es realmente el cusqueño de hoy. Hay mucha gente del interior del departamento que ha migrado a la misma ciudad. Hay muchas realidades dentro de Cusco. Si vas al Valle Sagrado, hay mucha gente de Lima y extranjeros. Es interesante, uno se siente extraño en su tierra. Es ya otra onda, como new age (risas), entre hippies. Si te vas a las montañas están los campesinos que viven de lo que cosechan, otra realidad. El que está en la ciudad no ve lo de adentro.
¿Vives en Lima o en Cusco?
Hace tres años estoy más en Lima. Cuando sale un proyecto de Cusco, voy para allá. Siento la necesidad de no desconectarme de ninguno de los dos lados. Amo estar en Cusco, está ahí mi familia, mis amigos, mi espacio, mi lugar, y también Lima por las oportunidades que se van abriendo y la movida artística. No tengo una respuesta clara. Necesito de ambos lugares. Necesito el respiro que me da mi espacio allá, volver a sentirme a mí misma, mi origen, el darme mucho tiempo para leer, escribir, “bajar la data”, como le digo, la información que acumulo cuando estoy aquí. Y cuando vengo a Lima tengo que ir a toda velocidad. Estoy en un momento en que me interesa conocer el mundo en general, me gustaría ir fuera también, estudiar fuera, conocer más gente, otras culturas, impregnarme más de mundo. No sé cuáles son mis próximos pasos, a veces soy como muy del viento, como los Vientos del sur (risas)… y me dejo llevar. Cusco me da mucho de ese ambiente artístico espiritual que extraño bastante, y a veces la ciudad es mucho más “profesional”, aunque no deslindo lo profesional del Cusco, sino que todo es más competitivo y no hay mucho de esa espiritualidad tan fuerte como allá, que cuando empieza un proyecto y lo primero que hacemos es agarrarnos las manos, darnos buena energía, somos como más místicos, y extraño un poco eso. Pero también me estoy acostumbrando acá a fluir y ser más rápida.
¿Qué te llevó a la actuación?
Desde que recuerdo, siempre he estado actuando. Veía la televisión, las películas, me encerraba en mi cuarto a repetirlas. Siempre supe que quería hacerlo, siempre. Supongo que es también la influencia de mi abuelo que me llevaba desde muy niña a ver presentaciones, íbamos a ver mucha danza, obras, o el poco cine que había, porque durante el tiempo en que yo crecí los pocos cines en Cusco estaban cerrados. La primera película que vi fue un western. A los 13 años empecé con un grupo teatral que se llamaba Impulso del Teatro, que ahora se llama Asociación Cultural Q’ente. Lucho Castro era el director, y luego su hija, Tania Castro, mi maestra, ahora mi amiga, mi hermana, casi mi madre teatral.
¿Qué aprendiste de Tania?
Uf… ¡qué no aprendí!… desde cosas muy técnicas hasta todo lo mágico que te trae el teatro, la poesía, sus palabras y la composición para la escena, muy poética, aparte de su amor y su influencia, porque su padre es muy arraigado con lo andino, el amor por la tierra, por la cosmovisión andina que aprendí poco a poco, y que no aprendí en el colegio ni en casa, porque era una educación muy católica.
Muchos lo ven como algo exótico. Justo ahora estamos en agosto, el mes de la Pachamama.
El cusqueño tiene concebido esto adentro totalmente, uno nace y tiene esa información. Cuando pienso en la tierra, pienso que es mi madre, no la pienso como un objeto. Siempre que hemos grabado, por ejemplo en lagunas, tanto en Supay como en Vientos del sur, lo primero que hago es pedirle permiso para ingresar. Eso está muy internalizado. Lo andino, lo místico, esa magia está ahí, es parte de nosotros, no hay forma de escapar. Si te vas fuera, lo sientes más aún.
Fuera del Cusco, como tú que has venido a Lima.
Sí.
Hay una escena de Vientos del sur, cuando Nina está a punto que irse y se encuentra con el caballo negro, y regresa a la casa de su abuelo, donde la familia está haciendo una…
Una huatia.
¿Es como la pachamanca?
Claro, es la papa que se cocina dentro de la tierra, se hace un hueco y un hornito en la tierra con las curpas, que son estas piedras hechas de la tierra misma, se pone el fuego, se pone la papa, y se espera a que la cocine, y la papa se come con la cáscara, y es riquísimo, es de las mejores comidas de la vida, toda la gente tendría que probar una huatia con queso. Solamente la hacemos en los meses de seca en Cusco, cuando no llueve. En agosto es imposible que alguien haga una huatia, porque la gente empieza a sembrar, y por una cuestión de no profanar la tierra. A veces lo pensamos como el ciclo de la mujer, en la tierra pasa igual, va a empezar a gestar su propia cosecha. Esas cosas las tenemos muy internalizadas. Quizás la gente de afuera pueda pensar “están locos”, pero para nosotros es así. Tenemos mucha conexión con la naturaleza.
Te mencionaba esa escena de la película, cuando Nina regresa y ve a su familia haciendo la huatia y ella misma participa sin que se lo pidan, que lo interpreto como que acepta ser parte del mundo andino.
Sí –sin el afán de spoilear– es el momento quiebre, cuando ella se deja llevar y atrapar por el espacio.
¿Es tu primer protagónico en una película?
Como largometraje, sí.
Porque también te vimos en Supay, un cortometraje con una historia intensa y tierna.
Sí. De hecho hice varios cortometrajes en Cusco y Lima. Supay es uno de los principales, sobre todo por el tema que trata, el tema LGTBIQ. Me pareció pertinente el momento de empezar a hablar de temas que durante años han sido tabú en sociedades tan conservadoras como la nuestra, sobre todo en Cusco, pero actualmente están saliendo muchos colectivos y la sociedad está cambiando un poco.
Ahora que hay tanta violencia contra la mujer, ¿crees que es una respuesta al feminismo?
No lo creo. Nuestra sociedad, históricamente, mundialmente, está concebida desde la autoridad masculina, y la historia ha estado contada a través de los ojos de lo masculino. Hemos vivido y crecido con ese chip. Somos una sociedad machista, en general, universalmente.
¿Qué crees que deberíamos hacer para que no haya tanto ataque a las mujeres?
La educación es un tema vital, desde la casa, cambiar el chip, desde las cosas más detallistas, la crianza de los hijos, que todos laven y ayuden y cocinen, que no solo sean las mujeres. También en la escuelas. Romper los mitos con los que hemos vivido siempre, no hay otra. Creo que como artistas también podemos contribuir bastante, por eso me pareció importante hacer el trabajo de Supay, hablar por aquellas voces que recién se están visibilizando y que mucho tiempo han estado calladas.
¿Cómo te sientes luego de haber estrenado Vientos del sur en el Festival de Cine de Lima?
Ha sido el estreno en Perú, porque se ha estrenado fuera, en otros festivales, en República Dominicana en enero, en el Latino Chicago Film Festival, y en Huelva, España. Es súper importante tener estos espacios con gente con los mismos intereses, conoces mucha gente, se crean redes, y puedes tener más perspectivas.
Hace poco estuviste en una obra teatral.
Sí, Zoocosis, la pusimos en el teatro del Centro Cultural El Olivar. Una propuesta diferente en la dramaturgia, muy interesante. La escribieron y dirigieron Emilie Kesch y Paola Terán. Es una crítica política y social a lo que nos viene sucediendo, tanto en Perú como a todos los seres humanos. Muestra a una sociedad distópica en el 2056, y una selección para una mejor sociedad. Critica bastantes situaciones y hechos del ser humano que venimos forjando hace rato, que el sistema nos impone. El mensaje de la obra refleja eso: ¿a dónde estamos yendo como seres humanos?
¿Qué tal la reacción del público?
Salían como shockeados. No es una obra muy acogedora, porque uno ve que están seleccionando a una nueva humanidad, son gente muy drástica, muy inhumanos. Muchos no sabían si aplaudir al final. Tuve que hacer el personaje de una mujer casi como un Hitler, tuve que trabajar ese lado casi inhumano.
Muchos actores dicen que el teatro es más placentero que el cine o la televisión.
El teatro… puede ser. Yo amo hacer teatro. Es supercompleto, y desde que uno entra en escena, hasta el final, tu personaje va creciendo, te vas llenando de lo que va sucediendo. Es supermágico. Además, esa conexión con el público, tan directa. También en el cine hay una supermagia que me encanta.
¿Tu formación teatral en dónde fue?
Yo vengo de muchos talleres. Si bien no estudié teatro y actuación en la universidad –estudié Comunicación Social- empecé muy chica, a los 13 años, en talleres como Impulso, y ya en las obras, en la cancha. Hice talleres en Cusco y Lima. A Cusco van muchos maestros de teatro, desde teatro de texto hasta corporal, y ahí es donde me metí en la danza contemporánea. He hecho danza butoh, performance… un abanico de muchas cosas. También estuve en talleres de Yuyachkani, y con Jorge Villanueva del Grupo Ópalo, y en danza estuve en el grupo Danza Viva de Morella Petrozzi.
¿Qué es lo que te gusta de arte y la actuación?
De la actuación, la posibilidad de ser otras personas, que no soy, pero que pude ser. Me ayuda a entender a los demás, a conocerlos. El teatro me ha ayudado mucho a la escucha a los demás, a fijarme en los detalles, a comprender cómo piensa el otro, y quizá ser un poco más tolerante, ser más empático con los demás. Si me lleva a un lado un tipo de personaje, y exploro por ese lado, y yo alimentaría eso, podría ser ese tipo de persona, que no soy. Me gusta eso, tener la posibilidad de ser otras personas. Me gusta siempre estar cambiando, variando, creo que de eso se trata. Me gusta poder descubrir cómo es el otro.
¿Y el arte?
Bueno, el arte es mi vida, es el modo de vida que tengo, de cómo percibo el mundo. Es importante decir las cosas que tengamos que decir. El arte es una herramienta importante para poder hacerlo, respecto a ser crítico con nuestra sociedad, con el mundo en general, con cómo nos plantean las cosas desde el sistema. El arte te permite ser críticos de nosotros mismos como sociedad, por eso es importante. Me hace… quizás a los demás también, nos ayude a tomar consciencia de las cosas… eso.
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